Vivo en la zona
antigua de una pequeña ciudad, con callecitas estrechas que te llevan a una
pequeña plaza con paredes desconchadas y suelo adoquinado. Allí está la pequeña
librería de Samuel, llena de libros con historias por descubrir, y el Café del
viejo Matías, donde cada tarde me espera con la ilusión de quien se sabe protagonista
de una historia que está por nacer.
Desde el
balcón de mi habitación veo cada mañana como la plaza va cobrando vida y como
el puesto de flores, con su colorido, anuncia el cambio de estación. Y allí
está, ese pequeño chucho observando como cada flor ocupa su lugar a la espera
de poder robar una de ellas para salir corriendo.
Comienza un
nuevo día, y mientras disfruto de mi café y de los primeros rayos de sol de una
primavera inminente, voy escribiendo la historia de quien se ha convertido en
mi mejor amigo.
Los escasos
metros que separan un edificio de otro hace posible fijarme en ella, delgada y
danzarina moviéndose al ritmo de la música que llega hasta mí. Si fuera pintor
recogería sobre un lienzo su expresión que adivino en cada movimiento de ese
cuerpo que no puedo dejar de mirar.
Hace un instante ha salido a su balcón buscando
el calor del sol, y con el disimulo de quien
no quiere mostrar lo que realmente
desea, he dirigido mi mirada hacia ella levantando mi taza de café a modo de saludo
sin más respuesta con su indiferencia.
Hoy el sol
no brilla y su ventana está cerrada. Su ausencia me deja un vacío que no puedo
describir. Decido salir a la calle en busca de una dosis de esa droga que para
mí es la lectura y que me ayuda con mi
soledad.
Observo a la
gente y me siento invisible salvo para él. Se cruza en mi camino y me mira. No puedo dejar de sonreír al verle con un clavel en su boca. Dirijo mis pasos
hacia él y allí esta ella, con la mano extendida para recibir la flor, mientras con su dulce
voz le dice al chucho “Berlín, vamos a escuchar libros”. Sus gafas negras, y su bastón blanco me
hielan la sangre. Les sigo, y su destino, la pequeña librería, donde Samuel lee para ellos historias que
desean vivir.
Ana Rioja Z.
(Prohibida la reproducción de este texto y fotografía sin autorización del autor)