Cada noche
sueño que puedo volar, que subo a la azotea del humilde edificio que me acoge y
que una ráfaga de viento me devuelve a tus brazos.
Regreso a
ti, a disfrutar de tu olor y de tu calor. Mi corazón está entre dos aguas, entre mi pasado y mi futuro, y aunque sé
que no puedo mirar atrás no puedo evitar sentir nostalgia por ti.
No me dejaste opción, me obligaste a irme. Necesitaba sentirme vivo y la única opción que me quedaba era sobrevivir lejos de ti. Hoy me rodea otra calidez, otro color, y aunque mi corazón sigue siendo tuyo no quiero pensar en el futuro.
No me dejaste opción, me obligaste a irme. Necesitaba sentirme vivo y la única opción que me quedaba era sobrevivir lejos de ti. Hoy me rodea otra calidez, otro color, y aunque mi corazón sigue siendo tuyo no quiero pensar en el futuro.
Cada atardecer
subo los 15 escalones que separan mi habitación de la azotea desde donde te
escribo, paredes encaladas de un blanco
radiante, y suelo del color de la sangre. Y desde allí te observo, con tu
contorno inconfundible.
Siempre me
hablaban de la otra orilla, de las oportunidades que ofrecían, del riesgo que
suponía pero nunca de la soledad que me
rodearía.
Hoy estoy
en el sur de otras tierras extrañas. Y en esos días que el sol brilla en todo
su esplendor y que la nitidez de la lejanía es perfecta,
subo aquí, a este pequeño refugio en que se ha convertido la azotea de mi nuevo
hogar, y allí a lo lejos estás tú, África mi gran amor.
Ana Rioja Z.
(Prohibida la reproducción de este texto y fotografía sin
autorización del autor)
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