lunes, 19 de mayo de 2014

Un libro para Berlín



Vivo en la zona antigua de una pequeña ciudad, con callecitas estrechas que te llevan a una pequeña plaza con paredes desconchadas y suelo adoquinado. Allí está la pequeña librería de Samuel, llena de libros con historias por descubrir, y el Café del viejo Matías, donde cada tarde me espera con la ilusión de quien se sabe protagonista de una historia que está por nacer.

Desde el balcón de mi habitación veo cada mañana como la plaza va cobrando vida y como el puesto de flores, con su colorido, anuncia el cambio de estación. Y allí está, ese pequeño chucho observando como cada flor ocupa su lugar a la espera de poder robar una de ellas para salir corriendo.

Comienza un nuevo día, y mientras disfruto de mi café y de los primeros rayos de sol de una primavera inminente, voy escribiendo la historia de quien se ha convertido en mi mejor amigo.  

Los escasos metros que separan un edificio de otro hace posible fijarme en ella, delgada y danzarina moviéndose al ritmo de la música que llega hasta mí. Si fuera pintor recogería sobre un lienzo su expresión que adivino en cada movimiento de ese cuerpo que no puedo dejar de mirar. 

Hace un instante ha salido a su balcón buscando el calor del sol,  y con el disimulo de quien no quiere mostrar lo que realmente desea, he dirigido mi mirada hacia ella levantando mi taza de café a modo de saludo sin más respuesta con su indiferencia.

Hoy el sol no brilla y su ventana está cerrada. Su ausencia me deja un vacío que no puedo describir. Decido salir a la calle en busca de una dosis de esa droga que para mí es la lectura y que me  ayuda con mi soledad.

Observo a la gente y me siento invisible salvo para él. Se cruza en mi camino y me mira. No puedo dejar de sonreír al verle con un clavel en su boca. Dirijo mis pasos hacia él  y allí esta ella, con la mano extendida  para recibir la flor, mientras con su dulce voz le dice al chucho “Berlín, vamos a escuchar libros”.  Sus gafas negras, y su bastón blanco me hielan la sangre. Les sigo, y su destino, la pequeña librería,  donde Samuel lee para ellos historias que desean vivir.

Ana Rioja Z.

(Prohibida la reproducción de este texto y fotografía sin autorización del autor)

2 comentarios:

  1. feliz andadura, escribir es emprender un viaje sin conocer el destino. un abrazo

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Una andadura que deseo compartir. Un abrazo.

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